Cuando pasa algo como el accidente de Santiago sale a relucir lo mejor y lo peor de esta sociedad nuestra.
Me alteró la sangre, literalmente, leer, junto a sinceros mensajes de pesar, palabras manidas, frases hechas, lugares comunes y "datos" de conspiranoicos que parece que buscan tajada incluso en estas cosas... Gente que “sabía de buena tinta” que había sido un atentado, otros que daban rienda suelta a cualquier disparate, quienes contaban el aumento del número de víctimas como si tomaran uvas en fin de año… Todo ello adornado por vampiros con título de periodistas que disimulan mal su deseo de que haya más muertos, no porque deseen mal a nadie sino porque es más noticia.
En alguna emisora de radio encubrían fatal su ansia de más cadáveres, de que fuera más el impacto porque así es mayor su gloria por haber sido, como dijo uno “la primera emisora que les ha informado del descarrilamiento”. El orgullo del enterrador. La vergüenza de una sociedad.
De las fotos que publicaron algunos medios de comunicación, vergonzosas, denigrantes, insultantes, morbosas, exageradas y vomitivas ya no hablamos. Mostrar los cadáveres tapados con mantas y los zapatos a la vista cuando ni siquiera están identificados, cuando hay familias desesperadas que van a mirar con lupa esos “documentos gráficos” para ver si reconocen las deportivas de un hijo o los pantalones de un hermano es para dar de latigazos a toda la redacción… y a los que, llevados por el morbo, han ido corriendo a comprar el periódico. La libertad de información no es eso, señores. Eso es repugnante.
Otros quejándose de la “falta de información” de que no haya un “listado de muertos”. Señores míos, el listado lo habrá cuando tenga que haberlo, cuando se identifiquen los cadáveres y el juez dé la orden de notificárselo a las familias. Lamento chafarles la venta de diarios, pero no parece serio que alguien se entere por el periódico de la muerte de su hijo o su padre.
Y, como no podía ser menos, el uso político. Aquí hay que tener cuidado y les explico por qué lo digo: no me veo capaz de juzgar a quienes han ido a la mal llamada “zona cero” (mal llamada porque esa expresión es para explosiones) porque creo que se mezclan dos animales de diferente pelaje pero idéntico color, que se presta a confusión: el de los representantes del pueblo, realmente horrorizados con lo que ha pasado, que han ido para mostrar sensibilidad hacia el tema como, insisto, representantes que son, y el de los desgraciados aupados a un cargo que simplemente han visto una oportunidad más de salir en la tele, en la radio, o en el periódico con cara de compungidos y diciendo bobadas.
He visto durante todo el día (y desde un sector bastante definido) críticas a Rajoy por venir a Santiago a ver el lugar del accidente y estar con las familias. Curiosamente coincide que esas mismas personas criticaban a Aznar por no venir al día siguiente de lo del Prestige. Me lo expliquen.
Yo no estoy en la cabeza de Rajoy y no sé lo que piensa, pero me parece que lo correcto ante esta barbaridad es que el presidente de mi país venga inmediatamente a visitar la zona, y más si lo hace, como se quejaban algunos “periodistas”, manteniendo a distancia las cámaras aunque obviamente tenga que decir unas palabras en algún momento.
Puede que Rajoy viniera para hacerse la foto, existe esa posibilidad, pero también existe la de que haya sentido esto en sus propias carnes, no olviden que es compostelano. Tanta política sería por mi parte decir una cosa como la otra. Nadie sabe salvo él por qué lo hizo, pero creo que nadie puede tampoco decir que no es lo correcto.
Lo mismo un convincente Rubalcaba, un presidencial Feijoo (quien o es un actor digno de un Oscar o en la rueda de prensa casi se echa a llorar), y todos los demás. Si nos representan, tienen que hacerlo también para decir que todos estamos afectados.
Bueno casi todos… En Fazouro siguen celebrando sus fiestas, en Narón tirando bombas, un gilipollas en el Obradoiro estaba quejándose porque suspendieron los fuegos del día 24 por la noche, ya no les digo nada de los dos descerebrados que soltaron burradas en Twitter, y, lo que más me ha dolido como lucense, un grupito de impresentables saliendo de juerga en Lugo a las pocas horas del accidente con un “Apóstol” de madera a celebrar una falsa procesión y una fiesta como si nada hubiera pasado.
Pero el resto de Galicia, la Galicia normal, mi Galicia, está de luto. Saben que el nacionalismo me da sarpullidos, pero hoy me siento más orgulloso de mis vecinos que nunca, más respetuoso que nunca con esas largas colas para donar sangre en todas las ciudades, más admirado que nunca por la ejemplar actitud de la gente de Santiago que desalojó la zona vieja sin el más mínimo incidente…
Galicia llora, pero como sabe llorar Galicia, ayudando al mismo tiempo a curar a los heridos dando, literalmente, su sangre. Hoy me siento más gallego que nunca.