Don Francisco Vázquez, conocido por todos como Paco Vázquez, ex-alcalde de La Coruña y embajador hasta hace poco de España ante la Santa Sede, ha dicho que el PSOE ejerce un “anticlericalismo casposo” por decir que si gana las elecciones (lo dicen con tiempo, la verdad) se replanteará muy seriamente los acuerdos con el Vaticano. El señor Vázquez siempre ha sido peculiar en sus declaraciones, y muchas veces sorprende que esté en el partido en que está, igual que su compañero de filas, Bono.
Pero esa sorpresa no es tanta si se analizan la cosas con cierto detenimiento. Un partido político es más que un bloque de ideas fijas, es una agrupación de seres humanos con ideas propias, que pueden estar mayoritariamente de acuerdo con la filosofía general de una siglas pero en desacuerdo con temas puntuales. Eso no quiere decir que estén fuera del partido ni que estén a favor del contrario, salvo que se trate de atacar la piedra angular de la filosofía del grupo.
Por ejemplo, no tendría sentido un socialista liberal, ni un miembro del PP que defienda las teorías marxistas. Pero que Paco Vázquez defienda el papel de la Iglesia dentro del Estado es una postura filosófica que nada tiene que ver con el socialismo. Lo mismo pasa con Alberto Ruíz Gallardón, que ha montado un lío considerable al decir que considera que el matrimonio gay es constitucional. La diferencia radica en que uno es un simple ex-alcalde y el otro nada menos que el Ministro de Justicia, la cosa varía sustancialmente. Uno no se puede desmarcar cuando le apetece de su jefe si es ministro, es una de las obligaciones del cargo, la prudencia. Gallardón sigue acostumbrado a ser el todopoderoso jefe de su grupo municipal y ha de asumir su papel, le guste o no. Supongo que cuando era alcalde maldita la gracia que le haría que un concejal le contradijera en público.
Respecto a los temas en sí, ya que éste es un blog de opinión, hay que opinar. No estoy en condiciones de dar la razón a ninguno de los dos, es decir, “no” (adaptación libre de “Piratas del Caribe”; Barbosa dixit).
Empezando por Paco Vázquez, creo que no sólo no es casposo revisar esos artículos, sino todo lo contrario, lo casposo es mantenerlos. Alejar a la Iglesia de las escuelas y centros de enseñanza pública (los privados que hagan lo que quieran) no es atacar la religión, sino todo lo contrario. Cuando la religión se convierta en algo voluntario, libre, y que no tenga esa carga lectiva de “asignatura” probablemente recuperará popularidad, siempre y cuando acompañen eso de ciertas medidas básicas tan singulares como la no discriminación de la mujer en la Iglesia sin mencionar otros temas cuyo debate es más profundo. En cualquier caso, no tiene sentido alguno que la Iglesia Católica mantenga esa serie de prerrogativas con el argumento de que es la religión mayoritaria de España. Hay que reconocer que esto cada vez es menos realista y que probablemente la religión mayoritaria de España en este momento sea el ateísmo, o como mínimo el “yo creo en algo, una energía o algo así, pero no en la Iglesia”.
De la misma manera que escapamos de los crucifijos y sotanas, hay que alejar de nuestros colegios públicos las costumbres de otras religiones, incluyendo velos, turbantes y demás elementos ornamentales que no se permiten a los estudiantes si tienen forma de gorra o bufanda. En los colegios no hace un frío tal que justifique esas cosas.
En cuanto a nuestro amigo Gallardón, creo que se ha metido en una piscina de la que no ha calculado bien el agua. Quiere desmarcarse de un recurso al constitucional que su partido ha protagonizado, con un coste electoral importante en su momento, y al mismo tiempo ser el responsable de Justicia del Gobierno de Rajoy. “Aquí, ¿a qué estamos?, ¿a setas o a Rolex?”. No sé si conocen el chiste, pero por si no es así tiraremos de refranero y diremos lo de que no se puede dar misa y estar repicando.
Por otra parte, he de decir que en mi modesta opinión la Constitución no recoge el matrimonio homosexual, con lo que éste sería “aconstitucional”. La Constitución dice, literalmente “El hombre y la mujer tienen derecho a contraer matrimonio con plena igualdad jurídica”. Evidentemente este artículo se redactó pensando en acabar con el sometimiento de las mujeres a sus maridos, y parece restringir con bastante claridad el matrimonio a la idea de “el hombre y la mujer”. Sin embargo, tampoco lo prohíbe, y el artículo 14 de nuestra norma fundamental habla de la igualdad ante la ley “sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social”.
Desde luego, no está absolutamente claro, y dudar de la constitucionalidad de una cosa no quiere decir que se esté en contra de la misma, puede ser un análisis meramente jurídico. En cualquier caso, si se ha modificado la Constitución para que las administraciones no se endeuden o para que un alemán pueda ser Alcalde de Mijas (es un decir) no estaría mal revisar el artículo en cuestión para aclarar las cosas de una vez por todas y reconocer un derecho que, sin la Biblia o el Corán en la mano, es difícilmente discutible.
Si les soy sincero, estoy en contra del matrimonio civil en sí mismo. Antes de que se me asuste nadie paso a aclarar mi idea. Considero que el matrimonio, como tal, es un sacramento religioso, con lo que entiendo que el término en discusión, es decir, la propia palabra “matrimonio” debería reservarse para la unión religiosa, el sacramento. Pero para el Estado, es decir, lo que viene siendo el reconocimiento legal de la unión de una pareja, el sacramento debe ser irrelevante, por lo que no comparto que se hable de matrimonio en términos jurídicos. Debería cambiarse la denominación y hablar de “uniones” o como quieran llamarlas, y que dichas “uniones” estén abiertas a cualquier adulto con capacidad legal de obrar. Me da igual sexo, raza, renta o circunstancia alguna, el Estado ha de ser simplemente un registrador de una unión personal para hacer valer los efectos legales a que dé lugar. Nada más, y nada menos.
La moralidad no está reñida con la sociedad civil, sino todo lo contrario. Es la propia Sociedad, con mayúsculas, la que crea, modifica y decide cuál es la verdadera moralidad. Hace unos siglos la esclavitud no era inmoral, ni el sometimiento de la mujer, ni muchas otras barbaridades… La religión ha variado bastante menos que esta Sociedad que cuanto más evoluciona más rechaza cruces y medias lunas. Quizás haya que replantearse muchas cosas, pero desde luego la que es difícilmente discutible es la de la separación entre las corporaciones religiosas y el Estado.