Hay espejos a los que uno se quiere mirar y otros a los que no. Normalmente según el reflejo que arrojen interesa ir a los que son más cóncavos o convexos según se quiera parecer alto y delgado (lo más normal, supongo) o gordo y bajo (menos deseable según los cánones de belleza al uso). Y luego está el espejo plano, el real, el que devuelve la imagen tal cual la recibe.
Esto, que es tan obvio como tantas otras cosas, cuando se traslada al retorcido mundo de la política o de las redes sociales y virales de Internet se transforma en una falacia. Los espejos planos no existen en política, porque todos están deformados por la ideología o, lo que es más triste, por el interés.
Y luego está Irlanda, el caso más sangrante de todo esto, sin duda alguna. Irlanda votó el sábado por la permanencia de su Senado, una cámara que en España se considera inútil, cara y vacía de contenido. La suya es aún peor, ya que ni siquiera es elegida por los irlandeses, sino que es un rollo tipo Cámara de los Lores británica que se elige por designación y por sufragio indirecto, para que lo entiendan más claramente, es como la elección del Presidente de la Diputación en España, en la que el ciudadano de a pie no participa.
Pero a lo que íbamos. El sábado el Facebook enmudeció. Todos esos entusiastas “me gusta” que se daban a quienes hablaban del fin del Senado Irlandés, de que deberíamos aprender de ellos, de que la democracia se abría camino en los procelosos mundos de las altas esferas… todo se quedó a cero cuando los irlandeses dijeron que querían que su Senado se quedara donde estaba. Curioso.
Las lecciones se pueden aprender en dos sentidos. La derrota de la derecha en Francia supuso un balón de oxígeno a una izquierda española perdida en el seguidismo de la ceja, difícil de sostener, pero al poco tiempo la gran esperanza gala se convirtió en un icono de la “realpolitik” y en seguida se encargó de dejar claras sus prioridades: el día de su toma de posesión corrió a Berlín a reunirse con Angela Merkel y se puso a aplicar políticas de austeridad. De nuevo silencio en las redes.
¿Qué habría pasado si los irlandeses hubieran dicho “sí” a la disolución del Senado? Que España ardería en comentarios pidiendo seguir el mismo camino. Sin embargo dijeron que sí, pero al mantenimiento de la cámara alta.
No les voy a decir que Irlanda sea un ejemplo por dejar ahí la cámara alta, ni siquiera que el Senado puede tener sentido y contenido si hacemos caso a la Constitución. De lo que tenemos que aprender es de un pueblo que no se dejó llevar por las consignas facilonas, el discurso populista y la primera lectura de las cosas. Un pueblo que, además de castillos a punta pala, tiene sentido común y que es culto y desarrollado. Un país que está en los puestos más altos de las tablas de libertad económica, política y de prensa. Un Estado que en 2011 y 2013 fue séptimo en el índice de desarrollo humano editado por las Naciones Unidas. Ese es el pueblo que ha decidido dejar donde está a su Senado.
No creo que el resultado electoral en Irlanda deba decidir el futuro del Senado español. Nuestra cámara alta está condenada a desaparecer si no se reforma la legislación (la Constitución no hace falta tocarla) para que tenga contenido, funciones y sus propias características que la diferencien del Congreso. Es un trabajo apasionante que debería estar más que iniciado, ya muy avanzado, pero no ha trascendido nada por ese lado. Quizás no interese.
Si me preguntan, les diré que el Senado en los países más serios del mundo funciona perfectamente, y que sirve como cámara de reflexión que además puede suponer un contrapeso del poder concentrado. Hasta les diría que sería bueno que las mayorías de una y otra fueran diferentes, lo que en España suena a ciencia ficción porque aquí se vota a las siglas en todas partes.
Tenemos mucho que aprender de democracia. Y de Irlanda. Y ellos han mantenido al Senado. Fíjate qué cosas.
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