La Asociación Lugo Monumental, a la que tengo el placer de pertenecer, comienza hoy una campaña de recogida de firmas para pedir que la colección de Don Álvaro Gil se quede en Lugo. Las firmas serán tanto digitales, a través de la plataforma Change.org (aquí el enlace a la petición) como en papel en diversos establecimientos del casco histórico.
Es probable que esto se pueda ver como algo que raya la inocencia. ¿De qué le valdrán a los herederos unas firmas si estamos hablando de un legado de varios millones de euros? Obviamente de nada si tenemos en cuenta únicamente lo material, pero es que el debate no necesariamente tiene por qué ser ese.
Con que se consiga que se plante en algunas mentes la reflexión de que lo que se pide es respetar lo que Don Álvaro Gil quería, bastante se habrá conseguido. Y cuando digo algunas mentes me refiero a las dos partes: a la familia porque son los propietarios y los que, en última instancia, han de decidir lo que consideren oportuno, pero también a las administraciones, concretamente a la Diputación Provincial que, bajo la dirección de Cacharro primero y la de Besteiro después, inició y mantuvo durante décadas un procedimiento judicial contra unas personas que eran las legítimas propietarias de un bien.
Este tema viene desde los años 90, así que no me digan que no ha habido tiempo para negociar antes de que fuera tarde, antes de que una sentencia del Tribunal Supremo venga a zanjar definitivamente la discusión y a poner las cosas en su sitio.
Lugo merece otra cosa. Merece que los propietarios de estas piezas reciban, además de la justa compensación por los gastos ocasionados, una disculpa en nombre de los lucenses por una situación que les han obligado a vivir y que puede que acabe con una gran pérdida de patrimonio histórico y artístico para nuestra ciudad. Y Lugo merece también que la cesión de las piezas sea gratuita, como lo fue hasta ahora, no tener que desembolsar varios millones de euros para intentar comprar algo que quizás siempre debió ser suyo.
Ese es el enfoque de esta recogida de firmas. Si la ciudad responde como se entiende que debería lo que se hará es transmitir un claro mensaje a las dos partes implicadas: el pueblo de Lugo quiere disfrutar de esas piezas, pero también reconocer el problema generado y, en la medida de lo posible, corregirlo. Y también, cómo no, mostrar su agradecimiento a una familia que, siguiendo el ejemplo de su antepasado, debería mantener su legado a la vista de todos quienes quieran disfrutarlo.
¿Inocente? Tal vez. Pero a veces la inocencia es la respuesta. Quizás todo acabe siendo cuestión de dinero, pero curiosamente el respeto y que le pongan tu nombre a una calle de la ciudad no es una cuestión de talonario.
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