En el debate de ayer del Congreso sobre la iniciativa legislativa popular (en el más amplio sentido, ya que además de las más de 500.000 firmas se añadió el apoyo expreso del PP) para declarar la fiesta de los toros como de “interés cultural”, el diputado (quién lo iba a decir) Toni Cantó la lió parda al afirmar que los animales no tienen derechos. Como se suele decir últimamente cuando la gente comenta en Facebook y Twitter “las redes sociales ardían” con estas declaraciones.
Enlace al vídeo de la intervención de Su Señoría Toni Cantó |
Me tomé la molestia de buscar el vídeo en Youtube, que es importante saber lo que dice un señor para criticarlo, y aunque tengo que decir que Cantó me pareció que se liaba bastante y que creo que aún no domina el miedo escénico en la tribuna (curioso, dado su profesión) me parece haber captado lo que quería decir, y no creo que esté exento de razón. No voy a decir que esté de acuerdo con Toni Cantó, pero estoy de acuerdo con lo que le entendí a Toni Cantó, que no es lo mismo. Es lo que tiene hablar en chiquitistaní, que cada uno entiende lo que le da la gana.
La postura que entendí que tomaba el ex-actor ahora metido a político (lo digo con todo el respeto) viene a decir, resumidamente, que los animales no tienen derechos porque éstos son sólo exclusivos de los seres humanos pero que, desde este punto de vista, el maltrato animal no ha de ser condenado por las consecuencias para el bicho, sino para nuestra propia humanidad. Una persona que maltrata conscientemente a los animales está atacando su propia humanidad, es lo que nos viene a decir esta idea.
El tema de los derechos de los animales se puede enfocar de miles de maneras, y llevan dando la matraca con eso desde que el mundo es mundo. No es un tema menor, ya que las consecuencias de tirar hacia uno u otro lado son incalculables. Evidentemente esto surge con los toros, ya que se considera una aberración el maltrato a un noble animal en plaza pública con aplauso y complicidad de un público entregado, pero el tema no se queda ahí.
Supongamos ahora que damos la razón a quien considera que los animales tienen derechos. ¿Cuáles les otorgamos? El primero de los derechos humanos, el más importante de todos, es el derecho a la vida, como es evidente. ¿Qué pasaría si reconociéramos derechos a los animales salvo este? ¿Todos vegetarianos? Porque les recuerdo que tan animal sujeto de derechos en ese caso sería un pollo como el toro de lidia. ¿Defendemos la vida del toro pero no la del pollo porque nos gusta mucho en pepitoria?
Otro derecho básico de la humanidad es el de la vida en libertad. Visto el ejemplo de la India con las vacas (sagradas), ¿nos ponemos en ese plan y llenamos nuestras calles de bichos en libertad? ¿Y en Asia dejarán a los tigres andando tranquilamente por los colegios? Se me dirá que la libertad en este caso sería matizada, como ocurre con las personas, que tampoco pueden andar por donde les dé la gana pero, ¿cómo le matizas a un tigre? ¿Le pones un cartel en “tigrés” con una señal de dirección prohibida?
Una opción sería hablar de seres con derechos “limitados”, que es lo que se dijo de los indígenas americanos durante la Conquista. De hecho los españoles tuvimos la curiosa idea de parar la conquista de América para decidir si los señores que andaban por allí eran o no seres humanos (por tanto, titulares de derechos) y aunque se decidió que sí, que lo eran, ostentaban una condición inferior, como de “humanos de segunda”. Algo similar a lo que decían los nazis sobre judíos, eslavos u otras razas. Hasta el famoso Bartolomé de las Casas que creó la “leyenda negra” española, defendía la esclavitud de los africanos (sería que eran más oscuros y le parecían menos “como él”).
Entonces, ¿defiendo que los animales no tienen derechos? Pues francamente, como tales no me queda más remedio que decir que no los pueden tener. Verán, somos muy dados a dar derechos a todo últimamente: “derechos de los territorios”, “derechos de la cultura”, “derechos de las lenguas”… Hay que tener un poquito de cuidado con lo que se dice. Los titulares de derechos, por definición, son los seres humanos, las personas. Una lengua no puede tener más derechos que una piedra, ya que ambos son elementos que las personas utilizan para determinados fines (en ambos casos pueden ser usadas para tirar a la cabeza del adversario, ora literal, ora metafóricamente). Arrogar derechos a un trozo de terreno, por grande que sea, o a una expresión oral es una barbaridad. Otra cosa es si hablamos de los derechos de los habitantes de tal zona o de los hablantes de tal idioma, pero el titular del derecho es el conjunto de humanos, no el bien que los une.
¿Eso quiere decir que se pueden maltratar alegremente a los animales? Desde luego que no. Tampoco considero que tenga derechos la Catedral de Lugo y no por eso admito que se pueda mear contra sus paredes. Un bien (y los animales, en mi opinión, jurídicamente han de ser necesariamente un bien) no tiene derechos pero eso no implica que se desprotejan. Se pueden proteger perfectamente ciertos aspectos sin otorgar a los animales la humana categoría de sujetos titulares de derechos. También se protege a la Mona Lisa y no por ello decimos que tiene “derecho” a nada.
Ya les hablé en alguna ocasión de un precioso Golden Retriever llamado Mambo que tengo medio “apadrinado”. A causa del divorcio de sus propietarios ahora casi no lo veo, pero sigue siendo para mí un destinatario de mi cariño más sincero. También tengo grabada a fuego en mi memoria una preciosa hembra de pastor alemán llamada Lúa (nombre tan común como Pichi en los canarios) que tuvimos en casa durante años cuando era pequeño.
No soy sospechoso de no adorar a los animales, particularmente a los perros que me enloquecen y que no poseo porque creo que no puedo cuidarlos adecuadamente tal y como vivo. Pero no son personas. Sé lo que es querer a un perro, he vivido su amor incondicional, la alegría que sientes cuando estás triste o de mal humor y se acerca simplemente porque quiere estar a tu lado, y he sufrido el dolor de su pérdida. Pero no son personas. Creo que sería capaz de liarme a puñetazos con alguien a quien viera maltratar a un perro. Pero no son personas.
¿Libertad para los pollos? |
Cruzar la línea que separa el amor a los animales con su humanización es una locura colectiva. ¿O es que sólo los animales “monos” tienen derechos? ¿Excluimos a los de consumo humano? ¿Vacas, terneras, pollos, cerdos… no tienen derechos? Porque visitar una granja de pollos y no vomitar es un logro difícilmente igualable, así que no me digan que sólo los toros son una barbaridad. La única diferencia es hacer un espectáculo de ello, pero, y volvemos al principio, la barbaridad no está en cómo se mata al toro, sino en la sed de sangre del público.
Yo, y ya lo he dicho más de una vez, no he ido jamás a los toros. Ni conozco ni aprecio ese arte aunque reconozco el valor de ponerse delante de una locomotora de carne con mala leche. Pero no ataco el arte del toreo por lo que sufre el animal (aunque no me guste) sino por lo poquito que creo que dice de nosotros como personas. Disfrutar de la tortura y muerte de un bicho, por agresivo que éste sea, no lo acabo de entender, pero desde un punto de vista humano. Lo mismo me pasa con las peleas de gallos o de perros, que no entiendo qué diversión puede tener ver a nada destrozarse mutuamente.
¿Derechos para los animales? En mi opinión no. ¿Torturarlos? Tampoco. ¿Y los toros? Si nadie va a verlos desaparecerán por sí mismos, pero yo no los prohibiría.
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