De lo que se entera uno, que ya ni te puedes fiar de los presos. ¿Se quieren creer que hay en las cárceles personas que son mala gente? No me refiero a pobres diablos que han cometido un error, sino a auténticos monstruos, asesinos, pederastas, violadores… gente que hace que uno se plantee seriamente la pena de muerte, los trabajos forzados o la castración como camino hacia la liberación.
Lo aclaro porque llevamos una buena temporada en la que parece que se ha instalado cómodamente esa visión happy happy que heredamos de tiempos no tan lejanos, en que se nos vendía la moto de que todo el mundo es bueno, incluso los pobres reclusos, y que se podía uno aliar con civilizaciones que esclavizan a su población, que permiten meter en la cárcel a una mujer por una cosa tan osada como denunciar haber sido violada, o que directamente pasan a cuchillo a personas por acostarse con otras personas que no son las apropiadas (desde la homosexualidad hasta la infidelidad o las relaciones prematrimoniales tienen ese “premio” en algunos países). Pues miren, no, también hay gente mala, incluso dentro de las prisiones. De hecho ahí abunda.
Pero, pásmate, ves que ciudadanos honrados, educados y correctos y supongo que con la mejor de las intenciones, se pasan por una página web a pedir al Rey que interceda ante el de Marruecos para que libere a medio centenar de presos, entre los que está un tío que, nacido iraquí y no se sabe muy bien cómo, se nacionalizó español ante el presunto amparo de los servicios secretos. Eso no es delito, en principio, pero sí la afición de este hombre por los niños, y sí, me refiero a una afición asquerosa, oscura, retorcida y que merece un castigo tirando a exagerado.
Eso es lo que pasa a veces cuando uno le da alegremente a firmar. En la web change.org, que yo mismo he utilizado para protestar por alguna cosa, corres el riesgo de que si no lees atentamente lo que se firma, o si simplemente el que monta el chiringuito no lo explica bien, estás avalando barbaridades de muy difícil justificación. En el caso que nos ocupa se trataba de pedir al Rey, como les contaba, su mediación para el traslado de un tío condenado por tráfico de drogas (una tontería, sólo tres toneladas de hachís escondidas entre melones) y la liberación de otros 48. Ojo, he puesto “liberación”, no “traslado a prisiones españolas”. A la calle con ellos. Entre ellos el pederasta.
Por si esto fuera poco, y en un intento bastante burdo de politizar el tema para que cuele (lo que realmente funcionó porque coló) hacen una comparativa en la web que organiza el tema (una sobre prisiones marroquíes) entre el caso de Antonio y el de Carromero, que está de plena actualidad. Sin entrar en las comparaciones, que tienen su base, no puedo dejar de fijarme en un apartado sobre las “consecuencias del delito”. El de Carromero, “homicidio imprudente” tiene aparejadas dos víctimas. El de Antonio, tráfico de drogas, no tiene, según esta web “ninguna” consecuencia. Alegría. No sé para qué se gasta pasta el Estado en perseguir a los narcotraficantes si no hay consecuencia alguna en su delito.
Ya saben lo que siempre les digo en estas cosas: vayan más allá. Ya no se trata de si han colado en la lista de indultados a un hijo de puta (perdonen pero no me sale otro calificativo) que va a Marruecos a violar niños porque son “más baratos”, se trata de que no tenemos noticia de los otros 47, pero me da la impresión de que no necesariamente son monjas misioneras detenidas por error. Hay mala gente en las cárceles.
No es que tenga una fe excesiva en los tribunales marroquíes. Tampoco tengo por qué acusarlos de nada. Directamente no tengo noticia de su labor, y aunque el continente donde están no los hace muy proclives a la confianza, supongo que eso es un argumento bastante pobre. La cuestión es que no se puede firmar una petición para que el Rey pida indultos a lo loco sin saber de qué va cada uno de los casos. Vaya usted a saber qué pide.
77.000 firmas avalaron esta campaña. No está mal. Son muchas firmas para apoyar a un pederasta, que es lo que han hecho aunque no lo hicieran conscientemente.
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