Hace años mi abuela usaba un reloj muy prestigioso, un Rolex (comprado, no se lo regaló ninguna empresa rollo Vendex). El reloj se paraba continuamente. Lo llevó a reparar un montón de veces y le decían que era culpa suya porque los relojes automáticos se cargan con el movimiento de la mano y que como era mayor la movía poco. Para comprobar la aseveración del “servicio técnico” utilizó mi madre el reloj una temporada. También se paraba. Así que lo mandaron a fábrica, según los técnicos, cinco veces. A la sexta se les dijo que era incomprensible: o el reloj fallaba siempre en el mismo sitio y la reparación se hacía mal, o fallaba en seis sitios distintos y era una porquería de reloj, lo que no es asumible con el dineral que había costado, así que o lo arreglaban bien o les metía una reclamación y lo devolvía. No volvió a fallar.
Cuando uno compra algo caro, supuestamente de calidad, le pide que cumpla al menos los requisitos que se exigen a lo de precio normal, y algo más. Por ejemplo, en el caso del reloj se le pide que funcione al segundo (es su función principal) y además, por el sobreprecio, que tenga algo especial, en este caso una cuestión ornamental. Pero por mucho que adorne, si falla lo principal el reloj es una basura.
Pues ahora lleven esto a los servicios públicos. Se acordarán, supongo, de la cara, carísima cafetería que hemos pagado entre todos en el Parque de Rosalía y que nos costó unos 700.000 euros del erario público. Pues tiene goteras. Lo que leen, goteras.
Si ya tienes el terreno, como es el caso del Parque de Rosalía, construir una vivienda unifamiliar, lo que toda la vida se llamó una casa (o un chalet, en pijo), puede rondar los 200.000 euros, ya poniéndose en una cosa tirando a media/alta. La cafetería del parque costó más de tres veces eso, y no deja de ser un cajón de hormigón con cristaleras, en una planta baja sin demasiadas complicaciones. Y tiene goteras.
No sé, llámenme desconfiado, pero ¿no sería cuestión de revisar quién se ha embolsado los cientos de miles de euros de diferencia entre el coste real de una obra como esa y el pagado por nuestros “gestores”? Y ya puestos a mosquearse, ¿tuvo algo que ver Liñares en ese tema? Porque sonar suena a algo así, aunque no puedo afirmarlo sin entrar en el resbaladizo tema de la difamación.
El problema que tendremos los lucenses durante años es que vamos a mirar con desconfianza, ya no sólo todo lo que se haga desde ahora en el Ayuntamiento, sino también lo que se ha hecho hasta el momento. Más de 900.000 euros en la cosa esa del Ceao de generación de energías que no genera energías, unos 2.000.000 euros en la fábrica de la luz que no fabrica luz, cantidades más modestas pero grandes de decenas de miles de euros en una ventana arqueológica que está empañada el 50% del tiempo… Todo suena ya no a chapuza “tipical Spanish” sino a conchabeo, chanchullo, mordida o como le quieran llamar, también muy “tipical Spanish” por desgracia.
Volviendo al comienzo les diré que la cafetería del parque les podrá parecer bonita o fea, cómoda o no, acertada o disparate… pero cara, lo que se dice cara, lo es sin discusión. Y tiene goteras. Lo que no se aceptaría en un alpendre levantado por cuatro amigos está pasando en nuestra fantástica cafetería, aunque obviamente no es patrimonio de este edificio, porque la faraónica obra del Aeropuerto de Santiago de Pepe Blanco no sólo tiene goteras, sino cataratas como pude comprobar el día de nochebuena, que me acerqué a recoger a una amiga.
Se ve que en eso estamos todos a la par, pagando fortunas por chapuzas. Pero yo vengo a hablar de mi Lugo, de su cafetería, y de sus goteras.
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