El Pleno del Ayuntamiento de Lugo de ayer tuvo, además de debates tan locales como los recortes del Gobierno en Sanidad, un espacio para el protagonismo de los representantes vecinales, que tomaron la palabra para dar su opinión sobre el tema del tan traído y llevado Plan Paradai.
Este asunto, que parece tener el nombre de la invasión de una provincia de Indonesia, es un tema urbanístico que pretende, en teoría, resolver el lío circulatorio y de servicios de la zona que está entre la estación del tren, el Sagrado Corazón y la avenida Duquesa de Lugo, para que nos entendamos. Llevan en ello desde el siglo pasado (es desde 1.999, pero ¿a que suena mejor así?), cuando el anterior alcalde de Lugo, Joaquín García Díez, dejó firmado un convenio para resolver esto de una puñetera vez. Pero llegó el amigo Orozco y se paralizó absolutamente todo, y no me vengan con que es porque la Xunta es del PP porque cuando estuvieron los suyos la cosa estuvo igual de parada, así que la causa debe de estar en el Ayuntamiento tal y como parecen demostrar los años de inactividad y el incumplimiento por parte de la administración local de los plazos y obligaciones previstas en el convenio.
Pero volvamos a lo de los “representantes vecinales”, que para mi tiene más enjundia. Los autoproclamados líderes de la “voz del pueblo”, que desde que tengo uso de razón son las mismas personas, blanden sus asociaciones como paradigma de la sociedad civil que se enfrenta a “los políticos”. Según parece, esos representantes tienen la única y verdadera competencia para sentar cátedra sobre lo que es bueno y malo para sus barrios o, en caso de grandes organizaciones, para sus ciudades, provincias, comunidades e incluso Estados. Con un par.
¿Cuántos asociados tienen esas organizaciones? La mayoría no llegan a los pocos centenares, y en el caso extremo de que alcancen los 500, que no se lo creen ni ellos, socios activos en la práctica habrá veinte como mucho. El resto son testimoniales. ¿Eso da representatividad? No. Al menos no la da como para discutir con alguien que tiene detrás unos cuantos miles de votos con su nombre y apellido.
Algún avispado lector me dirá, perplejo, que en qué quedamos. Siempre defiendo en este blog la organización de la sociedad frente a las estructuras creadas por la administración en todas sus vertientes. Entonces, ¿defendemos la sociedad civil contra el poder político o a los políticos contra los representantes de los vecinos?
Ese debate es falso por un problema de raíz. Si se tratara de representantes de un colectivo ciudadano formado por numerosas personas preocupadas por su ciudad no sólo me parecería lícito, sino recomendable. Pero la realidad es bien distinta. Piensen en las asociaciones en que ustedes son parte. Me da igual que sea el Club Fluvial que el Círculo de las Artes, una asociación de antiguos alumnos, la asociación de empresarios de su ramo, el sindicato al que estén afiliado, su colegio profesional… ¿Cuándo fue a la última reunión? Y si lo hizo ¿dijo algo? ¿Eligió a alguien para un cargo? ¿Se presentó o impulsó alguna iniciativa? Si las respuestas son “nunca”, “no”, “no”, y “no”, mal vamos.
El 99% de las asociaciones que conozco, sean del tipo que sean, están más preocupadas de chupar subvenciones que de sus fines originarios. Por supuesto hay honrosísimas excepciones, pero escasean. Aunque empiecen con buen pie lo normal es que se anquilosen y que quien la preside en su fundación siga siendo quien lleve la voz cantante 20 años después. Si, por una casualidad poco frecuente pierden, es costumbre enfadarse, darse de baja y montar otra asociación paralela presidida por quien no ganó las elecciones en la de origen con su séquito. Curiosamente suelen ser los mismos que piden transparencia y limitación de cargos para la política, porque es malo perpetuarse en el poder. Las elecciones suelen ser testimoniales y de trámite, ya que ordinariamente se presenta una única lista “integradora” (que es como se llama ahora comprar los votos de quien podría hacer de oposición) que viene a ser un reparto de la tarta. En cuanto a las actividades, las todopoderosas juntas directivas deciden lo que les viene en gana, presentándolo á toro pasado a las asambleas con una estructura piramidal que hace que el que quiera decir algo distinto esté, como mínimo, incómodo.
¿Y esos son los adalides de la democracia y la participación del pueblo? ¿Esa es nuestra sociedad civil organizada? Estamos listos.
No defiendo el sistema de presunta democracia interna en los partidos, que es mucho más que discutible, pero al menos éstos tienen la legitimidad que le dan los votos que, en un sistema democrático, normalizado y legalizado, los ciudadanos depositan con sus nombres. Las elecciones en asociaciones son un poquito menos serias, y por supuesto no son precisamente la panacea de la sociedad civil que yo defiendo.
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