Hay decisiones que aparentemente son buenas y resultan ser malas. También pasa al revés. Los temidos “efectos colaterales”, que son una forma de llamar a lo que no se nos había ocurrido o a la parte mala del asunto suelen aguarnos la fiesta de una forma de lo más tonta.
Les voy a poner un par de ejemplos: hace unos años, cuando andaba por el Ayuntamiento, se propuso la hermosa y políticamente correcta idea de dar a una calle el nombre de “víctimas del terrorismo”. Muy bonito, muy adecuado, muy democrático, muy guay del Paraguay… muy absurdo. ¿Se imaginan el anuncio en páginas amarillas? “Pinturas Peláez, decoramos su vida. Calle Víctimas del Terrorismo número 34”. No, hombre, no. Por suerte el sentido común se impuso y gracias a la oportuna sugerencia de Joaquín García Díez se cambió la idea por la de poner ese nombre a una rotonda o un monumento, que es lo mismo pero sin hacer el ridículo.
Otras decisiones son más controvertidas y los efectos menos divertidos. Si uno construye un hospital magnífico como el que tenemos en Lugo, en una zona donde no haya problemas de espacio como es la de su actual ubicación, tiene las grandes ventajas de unas instalaciones impresionantes. Pero se condena a un barrio que vivía de la actividad del hospital a caer en la periferia más absoluta.
Lugo es una ciudad muy rarita en lo que a zonas se refiere. Tenemos solares inmensos dentro de la zona amurallada que están esperando al Santo Advenimiento para dejar de ser un puñetazo en el ojo, y a 200 metros escasos de la Plaza de España hay un barrio entero, el del Carmen, que no tiene planificación urbanística ni se la espera. Sin embargo construimos como locos en la zona del Xeral porque allí hay unas instalaciones sanitarias que van a tirar por la economía del área hasta que el mamotreto decide levantar el vuelo y moverse a donde Cristo perdió el gorro. Ya no hablemos de nuestra espantosa segunda muralla en zonas como Fontiñas, que es para echarse a correr y no parar. Y luego te dicen que la calle Orense no mola porque está “lejos del centro”. Tócate un pie.
Entre estas decisiones con efectos colaterales hay algunas vitales, como la de deberse a un cargo o a un partido, que no siempre es lo mismo aunque nos lo vendan como que sí. Benigno López, hasta ayer Valedor do Pobo, publica hoy una carta en los medios de comunicación en que explica su decisión de dimitir ante la lluvia de críticas vertidas contra él por dar su sincera opinión. Lo curioso es quienes hoy lo critican son quienes lo nombraron hace unos años, ya que accedió al cargo por unanimidad del Parlamento a propuesta del entonces bipartito de PSOE y BNG que hoy lo satanizan.
No conozco de nada a Benigno López pero sí algunas de sus polémicas declaraciones que parten del más elemental sentido común. Lo acusan de plegarse a los intereses del PP, pero al PP no le conviene que el Valedor hable de suspender la ley de dependencia, porque está evidenciando el fracaso de su aplicación, principalmente porque no hay un duro y mucho menos para meterlo en algo que nació sin respaldo presupuestario.
Decir la verdad tiene efectos colaterales, sino que le pregunten al bueno de Benigno López.
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