Hace años, en casa de una amiga, lamentablemente hoy fallecida, me llamó la atención una pequeña y preciosa locomotora de plata. Se veía que era un trabajo antiguo y artesano y le pregunté por su origen. Me contó que era una reproducción del ferrocarril Barcelona-Mataró, que un antepasado suyo (su abuelo o bisabuelo no recuerdo ahora) había financiado y de la que solo se habían hecho dos. “¿Y la otra?”, le pregunté. “Pues estará por la Zarzuela porque se la regalaron a Isabel II”, me dijo con toda naturalidad.
El tema de los regalos a los monarcas y demás es llamativo. Puedo comprender que cuando acuden a una cuestión privada se les quiera hacer un detalle, o incluso que cuando visitan una ciudad el alcalde les entregue un libro o algo propio del lugar. Pero nunca he comprendido la costumbre de los regalos de Estado.
Eso de que venga un presidente de donde sea, pongamos Estados Unidos porque es el que tenemos ahora por aquí, y haya que agasajarle con una antigüedad o algo para que se lleve a su residencia y quede allí para la eternidad no lo pillo. No me refiero al valor económico del regalo, que bastante más cuesta la seguridad y toda la parafernalia que conllevan estos temas, sino al hecho en sí de que haya que “darle algo”, como si de un premio se tratara. Luego hablamos del jamón.
Los americanos en esto nos llevaban bastante ventaja, y hace ya tiempo que instauraron el principio de que los regalos recibidos por el Presidente que pasen de un valor determinado se incorporan al Patrimonio del Estado. Es una forma bastante honrosa de sacarse de encima el problema, y también de deshacerse de la enorme cantidad de trangalladas que recibirá el bueno de Obama y los demás presidentes. Por otra parte, es de suponer que también sería lógico que si algo le gusta mucho de verdad y se lo quiere quedar lo pueda comprar por su valor de tasación.
En España el ascenso al trono de Felipe VI supuso un cambio en la política de transparencia de la Corona, bienvenida sea. Se aprobó una normativa sobre el tema de los regalos que es un buen primer paso, y que deberían aplicar los demás poderes del Estado si es que no lo hacen ya. Reconozco cierta ignorancia sobre el tema y una búsqueda en Google sólo me devuelve la relación completa de regalos recibidos por la Casa Real en 2015, en aplicación de la normativa antes citada, y vemos que salen desde la colección el blu-ray de Juedo de Tronos hasta una baraja de cartas o dos lápices USB.
Evidentemente este asunto debe ser afrontado, si bien tampoco nos volvamos locos porque el asunto no va de corrupción. Imagino que si alguien quiere hacer y/o recibir un soborno no lo van a materializar en forma de regalo protocolario. Vamos, que si pretendes que Obama te ayude a conquistar por la fuerza Gibraltar (es un decir) no le vas a regalar Las Meninas para que saquen los portaaviones de sus bases. De la misma manera, si quieres que el alcalde de turno te recalifique un terreno no apareces por el despacho con una pluma de oro de esas de edición limitada y se la pones encima de la mesa, supongo que serán más discretos… aunque viendo cosas que hemos visto estos últimos años (Bárcenas, las tarjetas black, lo de Marbella, las “putitas de confianza” y demás) tampoco es que hayan estado muy finos.
Que el regalo sea una cuestión de tener un pequeño detalle vale, e incluso yo propondría que fuera el mismo para todos. Por ejemplo, si es un regalo entre jefes de Estado que hagan una edición especial de El Quijote con cierta categoría me parecería más que razonable. Y lo mismo para las demás administraciones.
He visto que estos días se habla mucho de la presunta metedura de pata de Rajoy al regalar un jamón a Obama, con el argumento de que está prohibido “meter jamones en Estados Unidos”. Me llama la atención por dos motivos. El primero es que dicha prohibición es falsa, lo que no se pueden es meter como equipaje, pero hace ya 6 años en una visita a Houston compramos en un supermercado de allí jamón español, de Navidul para más señas, y no nos detuvieron ni nada. La segunda tontería es pretender que esa prohibición afecte a este caso. Sería como decirles a los del servicio secreto que dejaran las pistolas en la aduana porque no se puede subir a los aviones con armas, o que si al gobierno de Japón le da por regalar katanas tradicionales a los jefes de Estado éstos no las puedan llevar porque pitan en el arco de seguridad.
Hasta he leído que es una burrada porque Obama es musulmán. Esta afirmación, que hizo Donald Trump en plena campaña y algún conspiranoico más, es irrelevante ya que oficialmente Obama se declara cristiano protestante (si fuera musulmán practicante no llegaba a Presidente ni de broma) y los regalos de Estado no se hacen atendiendo a rumores.
Zapatero regaló un jamón a un dignatario ruso para protestar porque, ahí sí, se había prohibido la importación de ese producto a Rusia. Me parece correcto. El regalo también puede ser una forma de dar un toque de atención, aunque en protocolo es peligroso andarse con estas cosas.
Si me preguntaran (que no lo harán) yo personalmente eliminaría los regalos de Estado y acabábamos con toda esta tontería, o como mucho los reduciría a una cuestión simbólica con un valor monetario muy limitado e igual para todos.
Y si el Presidente que sea quiere invitar al otro, que lo pague él.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Derecho a réplica:
Se admiten comentarios, sugerencias y críticas. Sólo se pide cierta dosis de ''sentidiño'' y cortesía.