Desde hace unas semanas, más concretamente, desde el día que el Ayuntamiento de Lugo tomó la polémica decisión de prohibir el acceso a perros al adarve de la Muralla, el Progreso se ve inundado de opiniones sobre este tema en la sección de cartas al director. Resumidamente, se podría decir que hay dos sectores claramente diferenciados: los que consideran la decisión un acierto (los no propietarios de perros en su mayoría, claro) y los que creen que es un error (los propietarios de perros y otras personas que comprenden su situación). Como a cada cual me molestan enormemente las cacas de los perros, pero sin embargo me gustan mucho estos animales aunque no tengo uno.
Creo que la discusión no está bien enfocada. La cuestión no es si es acertado negar el acceso de perros al adarve, sino si esta medida es proporcional al objetivo que se persigue. No estamos hablando de otra cosa que de la suciedad en nuestro monumento más representativo, y de la seguridad de los ciudadanos. Prohibir el paso a perros al adarve - ¿en las demás calles no son peligrosos ni ensucian? - me parece, como mínimo, exagerado. Por extensión, cuando un borracho mee por la noche contra la Catedral se prohibirá salir de copas a todo el mundo en el casco histórico, o si un coche aparca en doble fila o montando la acera - prácticas habituales en Lugo - sería lícito hacer peatonal la calle, lo cual es una barbaridad contra la que todos protestarían; hay más gente con coche, a la que le gusta salir por la noche, que gente con perro.
No es lógico sacar una norma tan restrictiva por la inconsciencia de unos cuantos. Lo normal, creo yo, sería establecer sanciones muy fuertes a las personas que no hacen lo que deben, es decir, llevar el can correctamente sujeto con una correa y recoger las deposiciones del animalito. Les garantizo que a la tercera o cuarta multa de 250 euros que se imponga por un tema de estos cundirá el ejemplo. Por lo demás, no creo que sean molestos los perros siempre y cuando se cumplan estas dos sencillas normas de convivencia.
Porque la convivencia es la clave de todo esto. Si empezamos a entrar en el juego de las prohibiciones mal vamos. La democracia no se basa en que la mayoría imponga sus condiciones a la minoría, sino en el respeto de los derechos de cada cual. Aquí no vale “que paguen justos por pecadores”, como propugnan algunos inconscientes... que no se ven entre los pecadores ni entre los justos que van a pagar, claro. La Alemania Nazi comenzó con chorradas como ésta.
Artículo del 30 de diciembre de 2003 publicado en la sección de Cartas al Director de El Progreso
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