En esta España nuestra, en que cada vez la consigna y el titular pesan más que el contenido y la reflexión, tendemos a simplificar cada vez más las cosas y a encajar a patadas términos que en absoluto son similares. Ayer, en las tertulias que escuché en radio y televisión, me quedé perplejo cuando cada dos por tres se hablaba del “Tea Party” y se hacía una mezcolanza en que se confundía liberalismo, conservadurismo, totalitarismo e incluso nazismo o fascismo.
La cultura política de este país se reduce al “y tú más”, y a poner en un pedestal a los líderes propios cargándose a toda costa a los líderes ajenos. Si esto implica identificar a los propios con los mandamases de moda y a los contrarios con los demonios de la historia se hace. Léase el binomio Obama-Zapatero, Aznar-Franco, PP-Hitler, PSOE-Fidel Castro… Estas comparaciones en general no tienen la más mínima razón de ser, y no se basan en la ideología política o siquiera el fondo ideológico de cada elemento a comparar, sino en la “ilu” que le hace al comparador decir que los suyos son los buenos y los otros descendientes por línea paterna de Satanás, y por materna de una mujer de dudosa reputación.
La mayor parte de la población de España sigue diciendo que Hitler era la ultra derecha, y como alguien les ha contado que el liberalismo es también de derechas, triangulan la posición y unen liberalismo con fascismo… y se quedan tan anchos. El problema es que nadie les explica que Hitler no era de derechas, sino un dictador totalitario, como Franco, Stalin, Saddam Hussein, Fidel Castro o Mussolini. Los sistemas políticos de estas desgracias para la Humanidad se basaban en lo mismo: poder absoluto del Estado sobre la sociedad civil, represión total de cualquier oposición política o social, centralización del poder en un núcleo reducido cuya cabeza visible es un “iluminado”, papel fundamental de organizaciones militares o paramilitares en que asentar el poder y, como diría Marx (Carl, no Groucho) control de los medios de producción por parte del Estado.
Ahora analicemos lo que proponen los liberales: reducción del papel del Estado en la sociedad civil, preeminencia de la libertad individual sobre la imposición colectiva, reducción de impuestos asociada a la minoración de servicios no esenciales prestados por la administración, reducción de la burocratización de la vida social y civil…
¿Similitudes? ninguna. Otra cosa es que Franco fuera mucho a misa, y que se autoproclamara defensor y paladín de la familia tradicional. Eso no quiere decir que toda persona que defienda ese modelo de familia o que vaya mucho a misa sea un fascista. Aún diría más: no todo lo que decían Franco, Hitler, Mussolini, Saddam, Stalin o cualquiera de los dictadores que en el mundo han sido es necesariamente una barbaridad. Aquí alguno se rasgará las vestiduras y gritará ¡¡¡pero éste que dice!!!, pero sigue leyendo y te cuento a qué me refiero.
Les propongo un juego: de las siguientes ocho entradas, elijan cuáles creen que pertenecen a alguna teorías defendidas por algunos o todos los dictadores antes mencionados y cuales no:
- Defensa de la identidad nacional.
- Supremacía de la propia raza.
- Movimiento anti tabaquista.
- Promoción de la vida saludable.
- Anulación de la libertad individual en favor del bien común.
- Protección de los derechos de los animales.
- Priorización de la obra pública y la inversión estatal.
- Reducción de la sociedad civil en favor de la política.
Fácil, ¿verdad?. Con algunas de esas ocho entradas estamos de acuerdo, y otras parecen disparates. Es evidente que defender los derechos animales o la vida saludable no es algo fascista… ¿o sí lo es? Pues resulta que todas las entradas, las ocho, son propias de las políticas de Adolf Hitler. Fue pionero en la promulgación de leyes contra el tabaco, e incluso llegó a mandar hacer un estudio para saber cómo sufrían menos las langostas al hervirlas (poniéndolas en agua caliente o subiendo gradualmente la temperatura). Cualquiera de esas dos cosas me parecen dignas de defensa o al menos de debate, y creo que a la mayor parte de la población al menos una de esas ocho políticas le parecerán bien. Es la prueba palpable de que, aunque lo dijera uno de los mayores monstruos de la Historia, hay cosas que siguen siendo buenas o correctas. Sería absurdo llamar fascista a alguien por defender la vida saludable, o decir que los sindicatos son herederos del genocida Stalin por defender a la clase obrera (esto es un decir).
Sin embargo, sí se llama fascista a la gente por defender su bandera o su país; por decir que quiere menos Estado; por pedir que se reduzcan impuestos y se supriman servicios accesorios; por atacar políticas que restringen los derechos individuales en favor de un discutible bien común. Identificamos la bandera de España con Franco porque Franco la defendía, pero no defendemos el antitabaquismo con Hitler a pesar de que era una de sus obsesiones.
Cuidado, no estoy pidiendo que se acuse de nazi a quien promulga una ley antitabaco, sino todo lo contrario. Lo que creo correcto es eliminar ciertas asociaciones de ideas subjetivas y “perdonar” a nuestra bandera, al liberalismo, al conservadurismo, e incluso al estatalismo las afinidades que despertaron en su momento.
Va siendo hora de que llamemos a las cosas por su nombre y nos dejemos de tonterías. Toca ser un poco serios.
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