Como en muchos conflictos, parece que situarse contra las actuaciones de una de las partes implica necesariamente ponerse del lado de la otra. Nada más lejos.
Personalmente he sido uno de los afectados por la cabronada (no me sale otra palabra menos malsonante, estoy enfadado, perdonen ustedes) de los controladores. Me han fastidiado las vacaciones y he perdido el dinero de las reservas de alojamiento en Londres. A fastidiarse toca y eso que sé que no soy un caso grave, hay gente que está en tránsito hacia otros destinos y están tirados en un país que no es el suyo con las maletas a cuestas. Yo al menos me he vuelto a mi casa.
Esto implica, como comprenderá cualquiera, que estoy bastante cabreado con los controladores, que se han portado como unos auténticos mafiosos utilizando recursos claramente ilegales para reivindicar sus posturas. No han convocado una huelga, se han “puesto enfermos” todos de golpe.
Sin embargo, y dejando claro que no les doy ni un ápice de razón a unas personas dispuestas a sacrificar el bienestar de cientos de miles de ciudadanos por sus treinta monedas de plata, creo que esto no es tan simple.
El problema de los controladores lleva años dando vueltas, junto al de los pilotos. El de los controladores tuvo ya un conato de incendio, que debería haber servido de aviso al Gobierno, durante la Semana Santa. ¿Qué ha hecho el Gobierno desde el lío que se organizó de aquella? Nada. Preparar el decreto publicado ayer y que montó este berenjenal.
Es el momento de analizar ciertas cosas bastante sospechosas, empezando por la fecha de publicación del decreto. ¿Es una “coincidencia” que se esperase a que pasaran las elecciones catalanas? ¿Se imaginan los resultados del PSOE en Cataluña si se monta esto el viernes antes de las elecciones? ¿La ausencia de Zapatero de la cumbre iberoamericana (creo que es la primera vez que no va el presidente español a esta importantísima cita) se debe a que ya sabía que esto iba a pasar o se lo imaginaba? Si la cosa no tenía prisa ¿no habría sido más inteligente esperar a después de Navidad y dejar pasar el mayor puente del año y unas de las fechas más importantes para los viajes?
Si pasamos al contenido del decreto, la cosa tiene más miga aún. En el mismo se prevé, tal y como se hizo, que los militares asumieran el control de los aeropuertos, pero ojo, no el control del tráfico aéreo. Es decir, que el coronel de turno ha ido a Barajas, Lavacolla y los demás centros del terremoto, han sacado los galones y llamado a los controladores a casa para que fueran a trabajar. Supongo que Zapatero y compañía, que aún recuerdan tiempos en que los militares acojonaban a todo el mundo, pensaban que los controladores se cuadrarían y dirían “sí, señor”. Pero fíjate, no lo han hecho. Se han reído en la cara de los militares y han ido a su puesto, pero sin trabajar porque seguían “malitos”. Es decir, que el decreto que ha provocado todo esto no da solución a lo que pretendía evitar, ya que se ha producido la temida estampida de controladores y no ha servido de nada la entrada de los militares.
Y entonces, la ilustre pléyade de pensantes que nos gobierna, saca su as de la manga: el Estado de Alarma. ¡Alegría! Lo que no consiguió Al-Qaeda, que lo consigan los controladores. Sé que es muy tentador apoyar la medida, porque de hecho va a solucionar el problema a corto plazo. Yo mismo me alegré cuando escuché la noticia porque pensé en el corto plazo y en la gente que podría volar. Pero esa no es la cuestión. También habría menos problemas de tráfico si hubiera toque de queda, y a nadie se le ocurre pedirlo.
La cuestión es que se ha utilizado alegremente un mecanismo que está diseñado para solucionar situaciones de emergencia nacional, pero cuyo uso es excepcional. Lo suyo sería haber puesto remedio a esto antes de que se diera, porque no ha pillado a nadie por sorpresa salvo al Gobierno, que publica un decreto-bomba el viernes del mayor puente del año.
Eso sí, los controladores son unos cabrones, eso no lo discuto.
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