Pues ahora sí, por fin me la he comprado. Ya tengo bici. Hacía un par de décadas que tuve la última, que me robaron en su día, y desde aquella no volví a darle al pedal salvo en viajes por el mundo adelante a ciudades donde te alquilan por cuatro perras esta cómoda y barata forma de moverte por los cascos históricos de las ciudades más hermosas del mundo. Hablo de París, Roma, Florencia… En Venecia no, que te mojas. No les pongo mi foto en bici que me da cosa, pero ya me verán por la calle.
Tengo que reconocer que hubo mucha guasa en su momento cuando, presidiendo una asociación que reclamaba la libre circulación de bicis por el casco histórico (con matices, ya los conocen así que no los voy a repetir), reconocía que yo no tenía bicicleta. Hubo una periodista de Lugo que me dijo que era incongruente, a lo que yo le respondí que no hay que ser judío para estar en contra de los campos de concentración.
Ese es uno de los males de nuestra era. Llegamos a un nivel tan alto de cinismo que no podemos contemplar la posibilidad de que alguien defienda algo si no le afecta en primera persona. No puedes defender la libre circulación de bicicletas si no eres ciclista, no puedes defender la libertad de empresa si no eres empresario, no puedes defender la libertad religiosa (que incluye la de no creer en nada) si no eres de una religión minoritaria…
Curiosamente en mi caso la evolución fue al revés en el tema de la bici. Hicimos una “marcha cicloturística” que tuve que encabezar megáfono en mano (sin pasarse, que la marcha era silenciosa y pacífica) en un día de intenso frío de diciembre. Me vi obligado a pedirle prestada la bici a un amigo que no podía acudir a la marcha (por motivos que no vienen al caso) porque podría ser un poco absurdo ir al frente andando delante de las ciento y pico personas que venían a dos ruedas.
Eso me hizo recordar viejos tiempos en que, yo pecador, bajaba a toda leche por la Plaza de España en una bici que tenía cuando era pequeño (actitud que hoy condeno, pecados de juventud). La típica bici roja que no era ni de paseo ni de montaña, que de aquella no había de eso, y que les llamábamos, erróneamente, de “trial”, que no tengo ni idea de lo que es.
El argumentar las virtudes de la bicicleta me hizo darme cuenta de lo cómodo que es moverse en bici. Lugo, a pesar de lo que mucha gente piensa, es una ciudad razonablemente llana. Salvo si bajas a la Aceña de Olga, y aun así depende de por dónde (si vas por Ramón Ferreiro y Avenida de Madrid se lleva perfectamente) o al río, desde Garabolos a la Fuente del Rey es una ciudad que no tiene grandes pendientes. Esto no es Vigo, ciudad que recuerdo como rompedora de rodillas.
Ahora sólo falta un apoyo público a un medio de locomoción económico, ecológico y hasta sano, con instalación de aparcamientos para las bicicletas en lugares estratégicos. No estaría mal que nuestro Ayuntamiento apostara por la bici como una forma de moverse por la ciudad que no debería generar problemas, o al menos serían temas menores en comparación a sus beneficios.
No sé si será como cuando una pareja espera un hijo, que no ve más que embarazadas por todas partes, pero tengo la sensación de que hay más bicicletas en Lugo ahora que hace un año. No será por la cooperación de nuestros poderes públicos, pero, por lo que sea, bienvenidas sean. Ahora hay una más.
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