Llevo más de diez años trabajando en la Xunta (qué mayor voy, ahora que lo pienso) y he tenido muchos compañeros de oficina. Buena gente, otros no tan recomendables, y directamente malas personas, que a lo largo de tantas horas de convivencia diaria dejan traslucir su verdadero fondo. Uno puede posar un ratito, pero no ocho horas al día.
Entre las buenas personas está una compañera que hoy retoma una etapa como diputada nacional en Madrid: Margarita Pérez Herraiz. Es, en resumen, una buena persona. Una compañera ejemplar, que nunca ha puesto un impedimento para echar una mano en cualquier tarea, que siempre se ofrece a ayudar, que es agradecida y sincera. Insisto, una buena persona.
La propia Margarita reconoce que tienen una entrada difícil, porque no es una persona especialmente risueña, o al menos eso cree ella. Es seria hasta que la conoces un poco, y entonces te das cuenta de que la primera valoración es absolutamente falsa e injusta, porque es una persona realmente simpática. Tiene un sentido del humor que me gusta.
Puede parecer extraño que en este país, donde todo se politiza y donde alabar a un rival político es casi un sacrilegio, haga públicamente una valoración positiva de quien se va a sentar en un escaño de filas socialistas, pero francamente, me importa un cuerno y no me da ningún reparo decir que si hubiera más gente en política como Margarita otro gallo nos cantaría.
Madrid gana un buen fichaje, que perdemos en nuestra oficina. La echaremos mucho de menos porque se ha ganado a todos los compañeros del entorno, y aunque suene raro, le deseo que no tenga que volver, porque eso significará que seguirá en Madrid, que profesionalmente es algo mucho más ventajoso.
Mucha suerte, Margarita.
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