El penoso estado de los jardines de la Diputación, que fueron un símbolo de la apertura con la llegada de Besteiro y hoy lo son de abandono, desidia y falta de trabajo. |
La política, sobre todo la local, a veces está más atenta a los símbolos que a los fondos. No lo digo como algo positivo, pero sí como algo comprensible, ya que para la mayoría de los mortales es imposible seguir la pista a los farragosos documentos públicos que realmente reflejan las realidades como pueden ser los presupuestos o, más importante todavía, los documentos que siguen al ejecución de los mismos.
Una de las personas más conscientes de esta realidad durante su mandato fue el exalcalde José López Orozco, que hizo símbolos con varios temas-fetiche, aunque después no sirvieron para gran cosa. Se me vienen a la cabeza el Plan Estratégico, el Plan de Movilidad o el MIHL, tres monstruosidades que fueron clave en algunos de sus mandatos pero que a día de hoy solo han servido, lamentablemente, para enterrar dinero público.
Como alumno aventajado, José Ramón Gómez Besteiro hizo cosas similares cuando entró en la Diputación, y, por ejemplo, se puso manos a la obra para “abrir” los espacios antes vedados a la ciudadanía y así reformó (en unión con el Ayuntamiento) la antigua Calle San Marcos, hoy convertida en discutible plaza y (en solitario) los jardines de la parte trasera de la Diputación.
Jardines de la Diputación antes de la llegada de Besteiro a la Presidencia. |
De todo lo mencionado, la única cuestión con la que estoy plenamente de acuerdo es esta última. La apertura de los jardines fue un éxito indiscutible, que convirtió una zona reservada a cuatro gatos (nadie podía pasear por allí) en un espacio público en pleno centro, muy agradable y bien diseñado, si bien reconozco que me gustan más los jardines con árboles y césped, sin tanta carallada, pero es una cuestión de gustos. Lo que hay que valorar fue su apertura al público y en eso no hay crítica alguna que hacer, fue un acierto de Besteiro.
Los jardines de la Diputación en su época, cada vez más lejana, de máximo esplendor. |
El problema es que las cosas no solo hay que hacerlas, sino que también es necesario mantenerlas. Ver las fotos de los jardines en el año 2003, en la inauguración de su apertura en 2011 y hoy en día es comprobar la evolución y posterior involución de un espacio que debería ser la joya de la corona de los jardines provinciales.
Menos de ocho años después de su apertura, los jardines de la Diputación dan una imagen terrible, de abandono, de descuido, de chapuza.
Las plantas han desaparecido en muchas de las extensiones y quedan a la vista esas lonas negras que se ponen (creo) para evitar la proliferación de malas hierbas, dando la imagen de un vertedero de plásticos agrícolas. Los árboles siguen ahí, pero también tienen la base pelada y de nuevo la estética es cualquier cosa menos apropiada. También están a la vista los tubos de riego, porque ha desaparecido todo lo demás en muchas zonas, y la verdad es que el conjunto es desolador.
Esta situación no es nueva, se lleva denunciando desde hace, al menos, tres o cuatro años, pero no se le pone remedio.
Habrá quien piense que la culpa es de los perros (ya sabemos que tienen la culpa de todo lo que pasa en Lugo) ya que se permite el acceso con mascotas a los jardines, pero dudo muchísimo que sean una influencia tan terrible, principalmente porque donde suelen jugar es, precisamente, en el único trozo de césped “libre” que hay, y que casualmente es la parte del jardín que mejor se conserva, así que a otro perro con ese hueso (no me negarán que no está bien traída la frase).
La política de símbolos es peligrosa, porque precisamente esos iconos, esas obras fetiche, son las que se pueden volver en contra de uno si demuestran que solo se han preocupado de la foto inicial y no del mantenimiento. El MIHL vacío, la biblioteca de la Piringalla en esqueleto desde hace lustros, la Plaza de Abastos sin terminar, el Garañón en pie, la playa fluvial que ni está ni se le espera… Hay tantos “fetiches” que es difícil tenerlos todos al día, pero es más difícil aún no tener ninguno, y aquí es lo que pasa.
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