Ángel Hernández y María José Carrasco |
El calvario de Ángel Hernández no empieza ahora, sino que comenzó hace treinta años cuando su mujer, María José Carrasco, fue diagnosticada de esclerosis múltiple. No me puedo imaginar lo que ha pasado esta pareja, la sensación de impotencia ante una enfermedad que fue apagando poco a poco a la mujer con la que convivió durante décadas y que era su esposa. Para ella, verse cada día peor que el anterior, sabiendo que solo le quedaba por delante un largo, larguísimo camino de sufrimiento tuvo que ser algo espantoso que le hizo desear, y por fin obtener, la muerte. Para él no voy a decir que fuera peor, pero no sé qué pensar, soy totalmente incapaz de ponerme en esa situación sin que me salten las lágrimas, literalmente.
Tomar juntos una decisión tan terrible, a la que han llegado tras décadas de dolor, ha de ser sin duda traumático e infernal, y encima la legalidad contempla esto como una especie de asesinato, casi como si un hijo de puta llega a su casa borracho y cose a su mujer a puñaladas.
El debate de la eutanasia es una de esas discusiones bizantinas que tanto nos gustan a los españoles y que soy totalmente incapaz de entender, sobre todo porque en nuestro país está funcionando a pleno rendimiento de forma legal… pero solo para los animales. Se les otorga, por lo tanto, un trato piadoso e indoloro a perros, gatos, caballos y hámsters pero se les niega a personas que solo tienen dos opciones: vivir entre sufrimientos insoportables o sedados sin poder hacer otra cosa que respirar, a veces incluso con asistencia.
También existe otra eutanasia, más oculta y totalmente ilegal, que se practica todos los días en muchos de los centros médicos de nuestra geografía. Los médicos toman decisiones movidos por su compasión y su humanidad, decisiones que deberían tener un respaldo legal y un procedimiento garantista que vele por lo más importante de todo: la protección de la seguridad y la voluntad del interesado: el paciente.
Me resulta imposible entender a los contrarios a la eutanasia ¿Qué clase de protección de la vida es obligar a la gente a seguir sufriendo sin esperanza de remisión? ¿Cómo puede alguien comparar esto sin haber vivido lo que es ver a alguien a quien quieres encerrado en su propia cárcel sin indulto posible? Si la cuestión va por motivos religiosos, ¿tan cruel consideran a su Dios que permite que alguien esté pasando por ese trago para, finalmente, morir igualmente?
Comprendo que el problema de toda esta cuestión es la exageración, y la frivolización de un tema que debe ser el más serio de todos. Obviamente no hablamos de que cuando uno tenga un mal día y diga “te dan ganas de dejar de vivir” le puedas pegar un tiro. La eutanasia es otra cosa, es una forma sensible y humana de terminar la vida, y si quieren poner para ello un procedimiento complejo me parece fantástico. Por ejemplo, entiendo que todos y cada uno de los casos que se planteen deban estar supervisados por un juez, que velará por el interés único y exclusivo del paciente y sus deseos.
Que sea necesario un consentimiento expreso, con una serie de condiciones que conviertan la eutanasia en algo excepcional me parece la única vía posible. No podemos convertir la muerte de una persona en algo tan trivial como para que, rellenando un formulario, se pueda acabar con su vida, es obvio.
Pero, volviendo al caso de María José y Ángel, hay que decir que tiene que haber otro camino porque llega un momento en que no se trata de vivir bien, sino de morir bien.
Me compadezco de María José y de todo lo que ha pasado con su enfermedad, y me compadezco igualmente de Ángel. Si me pongo en su sitio yo no sé si tendría la valentía de hacer lo que ha hecho por amor.
Los países occidentales, democracias liberales, sociedades abiertas y plurales que autorizan la eutanasia se cuentan con los dedos de una sola mano. Abrir los telediarios ayer con la imágenes que todos vimos es una lamentable manipulación del debate que tiene muy serias implicaciones , especialmente, en Europa, donde la sanidad es de acceso casi libre y gratuíto.
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