Tengo que decir que la Ley de Protección de Datos me parece una exageración. Qué quieren que les diga, a mi eso de que todo el mundo se ponga paranoico porque le lleguen a casa cartas de promociones de cosas que no necesita me da la impresión de que es un poco sobreactuado, y tampoco se ha logrado evitar hasta el momento el peor de los ataques a nuestra tranquilidad, que son esas llamadas-coñazo que te hacen al móvil o al fijo cada cierto tiempo para ofrecerte rebajas en tus tarifas de telefonía (míralos, qué majos). El tema de las cartas ya se disuelve por sí mismo con la crisis, que no está la cosa para andar tirando dinero en sellos, pero tarde o temprano volverá a la carga.
Es curioso que esa defensa que nos “garantiza” la Ley de Protección de Datos no es total. Hay un colectivo que tiene nuestros datos personales, y muchos, ante el que no podemos utilizar esa famosa coletilla de “puede usted ejercer sus derechos de acceso, rectificación, cancelación y oposición” y que nos inunda el buzón con publicidad que en muchos casos no queremos. Me refiero, por supuesto, a los partidos políticos, que en cada convocatoria electoral reciben un completísimo listado del censo en que estamos todos. Si yo no quiero que algún partido tenga mis datos mi única opción es morirme, que a lo mejor es un pelín exagerado, o mentir al censo o emigrar a otro país y no dar razón a la embajada, que si les doy mis datos también salgo en el CERA (Censo de Españoles Residentes Ausentes).
Pero bueno, como decía la comienzo, creo que esa ley es un pelín exagerada, y aún así hay cosas que o no contempla o no se hacen cumplir, como suele pasar en esta España nuestra en que la prensa valora al Parlamento por el número de leyes que saca, como churros, y luego nadie se molesta en revisar más que cuando pasa algo gordo. Una de esas cosas es la privacidad de nuestras fotografías.
Hoy todos tenemos Facebook, por ejemplo, o al menos el “todos” que incluye a quien tiene un PC y conexión a Internet salvo perros verdes que buscan un aislacionismo imposible en nuestro conectadísimo planeta. ¿Quién controla la maraña de enlaces e invitaciones y quién puede, finalmente, ver nuestras fotos de las vacaciones luciendo bronceado? Pero no hace falta irse a los mundos virtuales.
Hace algún tiempo fui a una macro tienda de informática que afirma no ser tonta y mientras esperaba para hacer un trámite de lo más habitual pude observar cómodamente cómo la máquina de revelado de fotografías escupía las instantáneas de alguien que, en su inocencia, las había llevado a imprimir a ese lugar pensando que como mucho vería sus vergüenzas el tipo que la maneja y él mismo. Oiga, pues esas cosas se imprimen en casa, que si llega a ser mi vecino del tercero aún le estaría tomando el pelo ahora.
No es que esté la máquina en un pasillo de los más habituales, pero tampoco la tienen en un lugar que impida las miradas indiscretas. Les diré que mientras esperaba pude entretenerme y, sin hacer ningún esfuerzo, ir cotilleando las fotos de las muy alegres vacaciones de esta persona, en que debía de ir a la playa en Cuba con varias sobrinas porque salían todos muy ligeritos de ropa con aguas cristalinas y cocoteros o algo así. Y las chicas muy morenitas todas. También había fotos en el hotel, más ligeritos de ropa todavía.
Pasando por alto la imprudencia de quien llevó estas fotos a imprimir sin fijarse primero en el proceso, ya no se trata de este caso puntual, sino de que no somos exactamente conscientes de hasta qué punto podemos vernos expuestos haciendo cosas que responden a la más estricta intimidad.
Comencé diciendo que la Ley de Protección de Datos me parece exagerada. Voy a cambiar de idea. Diré que me parece mal enfocada. Exagerada para unas cosas y que se queda muy corta en otras.
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