El violador del estilete detenido en 1987 |
Si hay en Lugo una imagen de la maldad sin posible redención es la del llamado “violador del estilete”, Félix Vidal, un monstruo que sembró el terror en nuestra ciudad en los años 80 con más de veinte violaciones y agresiones. Aprovechaba los permisos carcelarios para volver a violar, lo que generó muchas críticas a los investigadores por no relacionar los tiempos, si bien es muy fácil ser Sherlock Holmes cuando lees cómo llega a sus conclusiones. Ahora, en Asturias, ha vuelto a ser detenido por enésima vez por otra agresión sexual.
Hay monstruos entre nosotros, eso es indudable. La pena de muerte siempre sale a relucir en estas cuestiones, y si bien es tentadora el riesgo a equivocarse es demasiado grave como para decantarse por esa opción en mi opinión. Pero ahí está la famosa “prisión permanente revisable”, un artificio jurídico que se ha sacado de la manga el gobierno en la anterior legislatura para buscar un equilibrio entre la inconstitucionalidad de la cadena perpetua y el cachondeo de que te condenen a dos mil años de cárcel y salgas a los quince.
El violador del estilete en su última y reciente detención |
Dicen algunos partidos que no es ético poner sobre la mesa el debate sobre este asunto cuando está tan reciente lo de Diana Quer. Siguiendo esa misma vara de medir entiendo que todas las normas que se aprueban contra el saqueo de fondos públicos cuando hay un escándalo tipo Gürtel o eso de que dimitan los imputados cuando pasa algo similar tampoco sería ético. No estoy de acuerdo, claro que lo es.
La opinión pública es muy voluble. Si se gobernara a golpe de encuesta probablemente habríamos entrado en guerra con Canadá cuando fue aquel asunto hoy ya olvidado del fletán (lo habitual era escuchar “¡que manden a la Armada!”, como si no se nos fueran a merendar) o, en escala más local, los coches seguirían pasando por la Calle de la Reina y por la Plaza de España. Hay que tener cierto cuidado con esas cosas.
De la misma manera el tema de la prisión permanente, siempre que sea revisable, no parece que tenga nada de malo. No estamos hablando de que vayan a encerrar a un tipo y tirar la llave por robar una barra de pan, pero en casos como el que nos ocupa sí es una opción a tener en cuenta.
Hay gente que no solo no se corrige, es que no quiere hacerlo. Al cabrón del estilete (había puesto "hijo de puta" pero su madre bastante tiene con haber traído al mundo a este tipo como para encima recibir insultos) o a otros como él, y los hay, solo caben tres opciones: pena de muerte (que ya descartamos por lo dicho anteriormente aunque a veces cueste trabajo no pensar en ella), cadena perpetua o castración voluntaria. Y esta última con matices porque los habrá lo bastante degenerados como para dañar sin poder obtener placer físico de ello.
Pensamos en asesinos en serie y se nos va la cabeza al cine, a películas y novelas, a ficciones porque es muy duro pensar que esas cosas suceden en el mundo real, pero suceden. Nos ponemos una venda en los ojos porque no queremos pensar que respiramos el mismo aire que cierta gente que si merece vivir es por nuestra generosidad.
Les recomiendo una película llamada Ciudadano X. Es la historia del investigador que durante décadas persiguió a Andréi Romanóvich Chikatilo, el peor asesino en serie de la Unión Soviética que asesinó, violó, mutiló… y devoró a como mínimo 50 mujeres y niños entre finales de los 70 y principios de los 90. Fue detenido finalmente, sentenciado y ejecutado en 1994. Sin embargo el valor de la película no es solo hacernos ver la maldad, sino la lucha que tuvo que llevar a cabo el policía encargado de la investigación contra un sistema que se negaba a aceptar la posibilidad de que en la Rusia soviética hubiera asesinos en serie, una cosa propia de sistemas corruptos capitalistas.
No hablamos de "un error", no hablamos de "un calentón", no hablamos de un momento puntual en que a alguien se le va la pinza y hace una barbaridad que no cometería jamás por segunda vez. Hablamos de auténticos monstruos que habitan entre nosotros y que se aprovechan de las normas timoratas que confunden generosidad con tomadura de pelo. Esa gente no se va a corregir jamás y como mucho evitarán caer en la tentación por miedo a un castigo, no por moralidad.
No hablamos de "un error", no hablamos de "un calentón", no hablamos de un momento puntual en que a alguien se le va la pinza y hace una barbaridad que no cometería jamás por segunda vez. Hablamos de auténticos monstruos que habitan entre nosotros y que se aprovechan de las normas timoratas que confunden generosidad con tomadura de pelo. Esa gente no se va a corregir jamás y como mucho evitarán caer en la tentación por miedo a un castigo, no por moralidad.
Los que ya vamos teniendo una edad recordamos el terror que sacudió nuestra ciudad hace no tantos años. El violador del estilete fue nuestro Chikatilo local y saber que andaba por las calles libre para poder hacer lo que sus degenerados instintos le dictasen no es que permita dormir muy tranquilo. Yo personalmente estaría más tranquilo sabiendo que está en una prisión permanentemente, por muy revisable que fuera, porque en este caso dudo que lo soltaran… otra vez.
Parece que el fin de la justicia penal sea la venganza, que además de insaciable es contraproducente. Los medios de comunicación están imponiendo una cultura que consiste en considerar que el castigo, y por tanto la personalización, es la única y la más eficaz forma de afrontar los conflictos sociales, lo cual, ha traído consigo, el incremento de las penas en casi todos los tipos de delito, el endurecimiento de las condiciones para acceder a beneficios penitenciarios, y la promulgación de nuevas medidas penales como la prisión permanente revisable.
ResponderEliminarSin embargo, la violencia y la criminalidad crecen, pero, la gran mayoría de ésta no es percibida, perseguida y penalizada. El sistema policial y penal encubre el 99% de la delincuencia con mayúsculas, que jamás es penalizada y para sus autores la cárcel está abolida. Mientras se ensaña con apena el 1% de quienes delinquen, los mismos de siempre. Así, la población recluida, en un 90%, está compuesta por personas pobres, jóvenes que acaban pudriéndose en la cárcel, personas extranjeras desarraigadas, determinados tipos de disidentes, minorías étnicas o drogodependientes. No por ser quienes cometen más delitos o los más graves, sino por ser los sectores más acosados por las políticas de criminalización, más desfavorecidos económicamente y más desprotegidos por las políticas sociales.
Reconocer que la penalización ha fracasado, y admitir que, lejos de resolver los conflictos, contribuyen a agudizarlos, es el primer paso para liberarse del recurso al encierro y caminar hacia la búsqueda de alternativas al uso desproporcionado e inútil del derecho penal. Sin embargo, el perverso remedio al que se recurre, con terribles efectos violentos y contraproducentes, es a la “justicia vengativa”, al encarcelamiento. Y para ello, se incrementan las plantillas policiales y de operarios judiciales, se construyen más comisarías, juzgados y macro-cárceles que, finalmente, es el objetivo del gran negocio del crimen, de la industria penal