miércoles, 25 de noviembre de 2020

¿Salvar la Navidad? No, ¡salvar la vida!


 “Salvar el verano”, “salvar el puente de Noviembre”, “salvar la Navidad”… y así todo. Estamos en un mundo tan sumamente obtuso que nos empecinamos en dar importancia a cuestiones menores como la celebración de determinadas fechas arbitrarias.

En cualquier caso, al margen de querer imbuirnos de un espíritu propio de Scrooge al final de Cuento de Navidad, en este puñetero año 2020 todos tenemos un carácter más parecido al de Ebenezer en los primeros capítulos del libro. En general estamos tensos, de mal humor, preocupados, nerviosos, tristes… y los casos más extremos mucha gente está pendiente de su propio futuro laboral y de su salud o de las personas a las que quiere.

En este escenario, ¿qué hacemos con las fiestas? Como es habitual se pueden ver las cosas de dos maneras. La primera es entender que precisamente por todo lo que está pasando necesitamos más que nunca una Navidad a la vieja usanza, con reuniones familiares, turrón, besugo al horno y pollo asado (era el menú de Nochebuena en casa de mis abuelos desde siempre), arbolito, espumillón y luces por todas partes. El problema es que la segunda forma de ver las cosas es que si se nos va la cabeza en estas fiestas señaladas y nos emperramos en mantener costumbres que a día de hoy son un peligro sanitario, enero puede convertirse en un desfile de ataúdes por una propagación descontrolada (la tercera al menos) del puñetero Covid-19. Y me temo que el segundo punto de vista es, si no el más realista, sí al menos el más prudente. Sólo falta que vengan los listos a saltarse las restricciones y ya verán qué bien lo vamos a pasar con las UCI llenas de familiares.

Este país es el de Rinconete y Cortadillo, el del ciego que sabía que su Lazarillo tomaba las uvas de tres en tres “porque yo las tomaba de dos en dos y tú callabas”. Cuando se nos imponen restricciones reaccionamos con críticas en los bares (menos ahora, que están cerrados) y buscando la forma de saltárnoslas porque estamos seguros de que no van con nosotros. El problema es que sí que van.

España es así. Además de hacer chistes de casi todo, por salvaje y desagradable que sea, tenemos la costumbre de dar por sentado que los que mandan están por fastidiarnos y que nuestro deber ciudadano es ejercer una rebelión oculta y violar cuanta norma se apruebe. Da igual que sea no pagar los impuestos (con esa frase que me desquicia: “si quiere factura le tengo que cobrar el IVA”) que respetar las normas de tráfico, la tendencia es el incumplimiento porque somos más listos que nadie.

Lamentablemente los titulares en que vemos cómo algunos de nuestros próceres se van de rositas después de habernos tomado el pelo a base de bien durante años no ayudan a confiar en el proceso. Ese rollo de que las leyes emanan del Pueblo a través de sus representantes está muy bien pero no deja de ser una forma bonita de vendernos esta partitocracia en que quien vota a los diputados, concejales y demás cargos somos nosotros… pero sólo tras una pre-selección por parte de los partidos políticos en que nos ponen a lo peor de cada casa (salvo honrosas excepciones) para que elijamos quién queremos que se ría de nosotros.

Los responsables políticos que hacen lo contrario de lo que ordenan a los demás son un primer ejemplo. Tener diputados condenados por haber evadido impuestos es grave. Que otros hayan sido sentenciados por pagar en negro a sus empleados mientras se autodenominan defensores del trabajador es peor. Sufrir a partidos políticos que pagan sus sedes con dinero de la caja B y que usan las instituciones del Estado para tapar sus vergüenzas ya ni les cuento. Así poca confianza generamos, porque incluso los que no han echado mano a la caja (al menos que sepamos por ahora) nos dan instrucciones contradictorias amparándose en comités de expertos inexistentes y ni se ponen colorados ni nada cuando les pillan.

Ya somos un país que se lleva regular con el cumplimiento de las normas, pero es que encima nos están dando excusas para avalar ese incívico comportamiento.


Así que olviden las normas y usen el sentido común. Piensen que ver a sus padres, abuelos, hermanos… en Nochebuena o en Fin de Año es un rato muy agradable que echarán de menos, pero que más echarán de menos a sus familiares si esa reunión se los lleva por delante. Y no, no vale “es que me hice una PCR para ir a cenar” porque desde que se la haga hasta que esté con los demás no puede estar seguro de no haberse contagiado, sobre todo por el maldito tema de los asintomáticos. Si quien tiene el bicho pingara el moco sería más fácil acabar con esto pero no es el caso.

Este año no debería haber reuniones en Navidad ni en Fin de Año. Sacrifiquemos unas fiestas para intentar garantizar la supervivencia de nuestros familiares. A ninguno nos hace gracia no poder dar un abrazo a los que queremos, pero es lo que hay, un efecto negativo más de una pandemia y no un caprichito del gobierno de turno que, les diré, me parece que se está quedando muy corto con las medidas anunciadas para las fiestas. Y si quieren, las pasamos para mayo, junio, o cuando tengamos una vacuna funcionando. Lo que sea menos hacer el ganso en este momento.

Después no digan que no estaban avisados.

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