Entramos en septiembre y finalizan las vacaciones que me he tomado del blog, que curiosamente no han coincidido con las laborales, pero a veces hace falta parar para tomar aire. Hay muchos temas que han surgido en agosto y que me hicieron plantearme tirar de teclado, pero he sido disciplinado conmigo mismo y me he contenido porque los descansos tienen que ser eso, descansos.
Para retomar les quiero contar una anécdota que me pasó en verano. Estuve en la maravillosa costa lucense, en Barreiros para concretar un poco más, y tuvimos una suerte tremenda con el clima. Nos llovió únicamente un día y aprovechamos para hacer alguna visita por la zona, a Figueras y a Castropol.
En este último pueblo nos tomamos un café en una terraza en el puerto, y cuando el chico, que tenía la terraza a tope y por lo que se veía estaba solo, al pasar nos dijo esa frase tan habitual de “un momento por favor, que vengo ahora a atenderos” a lo que le respondí “no te preocupes, nosotros estamos de vacaciones y no tenemos la menor prisa”.
Se paró en seco, se dio la vuelta, nos miró y con una sonrisa de alivio nos dijo “muchas gracias, ¡es la primera vez que me dicen eso!”. Después, cuando estaba algo menos cargado de tareas y tras ponernos unos riquísimos cafés con hielo batidos, volvió e insistió en el agradecimiento, y la verdad es que se le vía aliviado.
Es algo que me cuesta mucho trabajo entender. Puedo comprender que cuando la gente sale del trabajo a tomar un café rápido, o incluso cuando está en trayecto y para en un área de servicio a picar algo tenga prisa y necesite que le atiendan pronto. Pero lo que no soy capaz de comprender es que si vas a estar sentado en una terraza tres cuartos de hora te pongas de los nervios si no te ponen el café al momento. ¿Tanta prisa tenemos para todo?
La hostelería es complicada, por eso no seguí con el negocio familiar, pero me quedó dentro el tema y no puedo dejar de observar habitualmente ciertos tics por ambas partes, tanto por los clientes, como les acabo de comentar, como por los camareros. Una de las costumbres de estos últimos que también soy incapaz de comprender es la de no apuntar los pedidos. Hay quien tiene una memoria prodigiosa y no se confunde jamás (Antonio o Víctor en el Café del Centro podrían hacer Notarías, creo yo) pero otras personas no dan una y aún así se resisten a coger una libreta y un boli y apuntar lo que le piden.
Ayer mismo en una cafetería de Lugo nos atendió una persona que no daba una. Le pedían las cosas y traía otras totalmente diferentes, o tenía que ir y volver continuamente para completar las comandas porque siempre se le quedaban cosas. Estuvimos un rato sentado y no vi ni una mesa que atendiera bien a la primera.
Esto, que puede parecer contradictorio con lo de antes, no lo digo porque te hagan esperar más (aunque si te traen los churros y al cuarto de hora el café sí que te hacen la puñeta, la verdad) sino por las vueltas que dan, los paseos extra que se pegan y la pérdida de energías, recursos y tiempo que supone.
Siempre recuerdo en estos casos a Suso Cendán. Era el mejor camarero que trabajó en el Verruga y no lo vi correr en mi vida. Era la calma personificada, y tenía todo perfectamente atendido y bajo control. Tenía dos mantras: apuntar todo y aprovechar el viaje. Si vas de la barra a la cocina o viceversa siempre hay algo que llevar, y al pasar por el comedor repasa todas las mesas para ver qué les hace falta, que siempre hay algo.
En todo caso, bendita hostelería, que siempre trabajan más cuando los demás estamos de vacaciones.
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