Hecho con chapas de botellas, este disfraz fue de los más comentados. Foto: La Voz de Galicia |
El miércoles de ceniza marca el final de los carnavales. De origen religioso, como no podía ser de otra forma en nuestra tradición común, hemos pasado de aquella costumbre en que el sacerdote hacía una cruz en la frente de los fieles diciendo eso de “polvo eres y en polvo te convertirás”, a un divertido entierro de la sardina y un concurso de ferretes que este año llega a su 19ª edición.
El entierro de la sardina es una costumbre que nació en el Madrid del siglo XVIII. En el año 1768 el Rey Carlos III encargó una partida de sardinas para prever la cuaresma y el ayuno de carne que se avecinaba. El pescado llegó en tan mal estado que apestó la ciudad y la única solución que se vio viable fue enterrar todo el cargamento a orillas del río Manzanares. Como esto es España, la cosa pasó de crisis a anécdota y de eso a cachondeo generalizado, por lo que cada año se escenificaba el Entierro de la Sardina como punto final del Carnaval.
Para los extranjeros es algo que choca enormemente. Ver un cortejo fúnebre de coña, con sus plañideras, sus curas y su sardina como cierre de las fiestas les llama la atención, y no es para menos, porque incluso a nosotros que estamos acostumbrados nos chirría ver que en Pontevedra entierran un loro, el Ravachol, que era del farmacéutico Perfecto Feijoo y que a finales del siglo XIX y principios del XX se hizo tan popular en la ciudad, que cuando murió fue despedido como un personaje público. Un siglo más tarde los pontevedreses siguen enterrando al loro en vez de a la sardina.
Tras el Carnaval toca una época de supuesto recogimiento, penitencia, ayuno y demás. Es la excusa católica para preparar la operación bikini, aunque aquí seguiremos con el cocido una buena temporada más así que no sé si le harán mucho caso.
En Lugo parece que el Carnaval ha sido algo más animado que otros años. Buena falta hace, porque es una fiesta que en nuestra ciudad vivió tiempos mejores pero que lleva décadas de capa caída, al menos en comparación a lo que fue.
Nos queda un año para preparar el próximo así que, ¡larga vida al Carnaval!
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